24 nov 2011

Paga Dios!

No es justo que se vayan sin haber pagado...

Antonio Domingo Bussi nació en Entre Ríos el 17 de enero de 1926. Su vida pública comenzó en diciembre de 1975, cuando reemplazó al frente del Operativo Independencia a Acdel Vilas, general insano pero sobre todo impune que pasa sus días bien guardado en un departamento de Palermo. Antes de irse, Vilas anunció que la guerrilla tucumana había sido derrotada. A Bussi le tocó “rematar a la subversión”, explicó alguna vez.

 El 24 de marzo del ’76 se convirtió en interventor federal y jefe militar de Tucumán, concentración de poder que no ostentó ningún otro gobernador de facto. Siempre desbordante de pistolas y granadas para infundir sumisión, extendió al infinito el concepto de “subversivo”, que no excluyó ni a los mendigos: la noche helada del 16 de julio de 1977 ordenó levantarlos de las calles y tirarlos en un desierto de Catamarca. 


En 1987 el punto final de Raúl Alfonsín le garantizó impunidad. Comenzó entonces una extensa carrera política, siempre con epicentro en una provincia abrumada por la miseria y que aún lucha por desmantelar una carga brutal de adoctrinamiento ideológico impuesto a sangre y picana.

Bussi, que primero gobernó Tucumán durante la dictadura y luego resultó electo en democracia, fue el jefe de 30 centros clandestinos de detención que funcionaron en ese distrito durante la dictadura. Fue condenado a cárcel perpetua en agosto de 2008 junto con el ex general Luciano Menéndez como coautores del secuestro, tortura y asesinato del senador peronista Guillermo Vargas Aignasse en 1976 en la provincia norteña. En aquel proceso se presentaba ante el tribunal en silla de ruedas y asistencia de oxígeno, evidenciando debilidad en su estado, lo que le permitió gozar de prisión domiciliaria en su lujoso country.


“El general Bussi se apersonaba y daba la orden con un disparo ejecutando a una persona.”, explicó el exgendarme Omar Torres. Sus subordinados remataban al resto, que caían a un pozo. Luego “se echaba leña, aceite y gomas de automóviles”. Obligaban a los detenidos a rezar el Padrenuestro y el Ave María: “Los exhortaban a dar gracias a Dios por haber vivido un día más”. Los jefes de los campos se ufanaban de haber aprendido a torturar en Vietnam, donde Bussi fue como observador invitado por el ejército norteamericano.

 Según la Comisión Bicameral Investigadora, el 70 por ciento de los 507 secuestros registrados en Tucumán se produjo durante los dos años de su gobierno. Sólo una de cada cinco víctimas tenía militancia política o gremial conocida. “Nueve de cada diez fueron secuestrados en sus domicilios, lugares de trabajo o en la vía pública por personas armadas que actuaban con una superioridad numérica de 15, aproximadamente, contra 1”, apuntó la Comisión.

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